Jason McElwain. 15 de febrero de 2006 |
En febrero de 2006, un chico de dieciocho años se convertía en protagonista en los principales telediarios de Estados Unidos. Si decimos que fue noticia por anotar veinte puntos en un partido de baloncesto escolar, se podría pensar que estamos ante una historia de lo más común. Y sin embargo, el nombre de Jason McElwain dio la vuelta al mundo por protagonizar una de las más hermosas historias de superación que jamás ha conocido el mundo del deporte.
Jason McElwain no comenzó a hablar hasta los cinco años, y aún en la actualidad, siendo todo un hombre, su expresión oral es limitada, no regula el volumen de su voz, no interpreta el lenguaje corporal, es autista. A muy temprana edad, le diagnosticaron autismo de altas capacidades y fue enviado a clases de educación especial. Esto no le impidió desarrollar su pasión por el baloncesto, deporte que descubrió de la mano de su hermano mayor, Josh. Se apuntó para jugar en el equipo de su colegio, la Greece Athena High School, una modesta escuela secundaria de Rochester, pero no le aceptaron. Y es que a su autismo unía otro importante obstáculo: su escasa estatura 1,65 m para este deporte.
Pero su pasión por el baloncesto era tan grande que, tras ser rechazado como jugador, se ofreció para ser el delegado de los Trojans, nombre con el que se conoce al equipo de su escuela. Así, durante tres años, siempre entusiasta y servicial, fue el apoyo perfecto para el entrenador y sus compañeros: llevaba las estadísticas y las fichas del equipo, tenía las toallas y las bebidas siempre preparadas, ayudaba a los jugadores en las sesiones de tiro… Era uno más del equipo, pero no jugaba… hasta aquel día.
El 15 de febrero de 2006, J-Mac -un chico especial, un jugador diferente- acaparó todo el protagonismo que no había tenido durante años. Aquel día, Greece Athena se enfrentaba a la escuela de Spencerport en el que era el último partido de la temporada regular. Las cosas marchaban viento en popa para los Trojans, que habían logrado una ventaja superior a la veintena de puntos. Entonces, con el partido ya decidido, el entrenador Jim Johnson quiso recompensar su tesón y dedicación de años dejándolo jugar unos instantes.
Con el número 52 en su camiseta y una cinta en el pelo, su aparición en la cancha fue celebrada con enorme júbilo por el público que asistía al partido, en su mayoría conocidos de este chico. Saltó a la cancha, entusiasmado, a falta de cuatro minutos. Su primer lanzamiento -un triple- no tocó ni el aro, y también falló su segundo tiro, cercano a canasta. En la siguiente posesión de su equipo, recibió el balón y se jugó otro triple desde siete metros, que esta vez sí entró.
A partir de ahí, hizo lo que nadie jamás había hecho antes: anotó, sin fallo, otros cinco triples más y una canasta de dos puntos. En total: veinte puntos en tres minutos, tiempo en el que batió todos los récords de puntuación de la historia. En los últimos instantes del partido, los compañeros le buscaban una y otra vez, conscientes de la gesta que estaba protagonizando. Y J-Mac, tocado por una varita mágica, absolutamente encendido, no paraba de lanzar…y de anotar.
El público que llenaba las gradas y sus compañeros –incrédulos- celebraban alborozados, dando saltos de alegría, cada una de sus canastas. El resultado final, 79-43 para Greece Athena, no fue más que una anécdota. En cuanto sonó la señal del final del partido, los espectadores invadieron la cancha y corrieron a abrazar a J-Mac quien, profundamente emocionado, fue alzado a hombros. El chico tímido y callado que sufría para relacionarse con su entorno era el héroe del momento. En los días posteriores, las imágenes de su gesta darían la vuelta al mundo. Y su historia llenó de esperanza miles de hogares en los que viven niños con problemas.
Entrada elaborada por: Álvaro Riesgo / Marcos Mata
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